En el Espacio Verde de diciembre, nuestra voluntaria Carmen Sanchís nos invita a repensar qué significa cuidar la vida y el entorno, visibilizando una realidad silenciosa: el hacinamiento en la vivienda; una forma de exclusión que erosiona la dignidad, la salud y la convivencia de muchas familias. Porque un hogar digno es una parte esencial de nuestro ecosistema humano, donde descansar y vivir con derechos.
Hay palabras que, como ciertas casas, parecen inofensivas hasta que uno traspasa la puerta. “Hacinamiento” es una de estas. Suena a neutralidad, pero esconde una realidad áspera, cotidiana y profundamente injusta. El hacinamiento es una forma de supervivencia impuesta por un mercado de la vivienda que expulsa, selecciona y descarta. Cuando los precios del alquiler suben como la espuma y la oferta se reduce, las familias hacen lo único que pueden: apretarse.
El hacinamiento no suele aparecer en titulares ni en debates públicos, pero atraviesa la vida cotidiana de muchas personas en Salamanca. Familias enteras, a día de hoy, están viviendo en una sola habitación. En espacios sin ventilación ni intimidad. Casas que han dejado de ser hogar para convertirse en un lugar donde simplemente se sobrevive. Familias que no han tenido otra opción que la de apañarse como pueden y apretarse, sacrificando mucho más que la intimidad.
El mercado del alquiler se ha endurecido de forma sostenida en la última década. Los precios suben, la oferta se reduce. Los requisitos de acceso se hacen cada vez más excluyentes. El resultado es previsible: quienes no pueden cumplirlos aceptan condiciones que no aceptarían en ningún otro contexto. No porque se consideren adecuadas, sino porque no hay alternativa real.
En estos tiempos, en los cuales la sociedad se mueve en bloque en favor de proteger ríos, bosques y biodiversidad, ampliándose la conciencia ecológica, la de sostenibilidad y la de respeto al entorno, irónicamente, pierde de vista la protección del ecosistema más frágil y olvidado: el interior de una vivienda donde conviven diez o más personas. Allí también se degrada el entorno. Un hogar debería ser un espacio verde, donde la vida crece, la familia descansa y hay oxígeno para todos. Sin embargo, para miles de familias, el hogar se ha convertido en un espacio saturado, sin aire, donde la vida es resistencia.
En Cáritas las voces se unen para insistir en algo esencial: la vivienda no puede ser tratada únicamente como mercancía. Un hogar no es un activo financiero. Es un derecho humano. Y cuando ese derecho se vulnera de forma sistemática, las consecuencias no son solo económicas, sino sociales, educativas y sanitarias. Un niño sin espacio para hacer los deberes parte con desventaja. Una persona enferma sin un lugar adecuado para descansar empeora. Una familia sin intimidad acaba, muchas veces, rompiéndose.
Desde Cáritas Salamanca arriman el hombro y echan una mano. Frente a una realidad muy compleja, están comprometidos con la comunidad salmantina. Los equipos acompañan de forma constante. En el último año, 1.393 familias han necesitado apoyo para mantener un techo y en ese sentido, se han brindado ayudas para hacer frente al gasto de preservar el hogar en tiempos difíciles. No son cifras: son historias que hablan de fragilidad, pero también de resistencia.
El compromiso de Cáritas con el entorno no se limita al paisaje urbano o natural. El “espacio verde” es también humano. Es la defensa de condiciones de vida que permitan a las personas desarrollarse, como demuestra su última campaña de Operación Vivienda “Donde caben dos…caben diez, pero ¿deberían? Por ello, es vital proteger a las familias como se protege al medio ambiente. Porque una sociedad que normaliza el hacinamiento está agotando su propio tejido social y poniendo en riesgo la convivencia. Quizá es hora de expandir la idea de sostenibilidad. No basta con ciudades verdes si dentro de las casas falta aire. Un hogar digno también es medio ambiente y necesita urgentemente protección.
Carmen Sanchis.

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