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Memorias de vida: Cuando el querer es poder

13 mayo, 2025

Nuestra Cáritas está compuesta por personas que tienen una historia de vida que contar; hilos que conectan vivencias y experiencias de participantes, trabajadores y voluntarios que nos cuentan sobre sus sueños y anhelos, en su búsqueda de un crecimiento personal y una sociedad más justa y solidaria. Historias como la de Pedro Expósito. 

Llegamos al Centro para personas con problemas de salud mental Ranquines de Cáritas, situado en el Centro de espiritualidad de los Padres Paúles. Es una mañana soleada de abril, y allí nos encontramos con Pedro; un participante del centro que nos recibe con alegría, mimetizándose con este día primaveral.

Con cordialidad nos cuenta su historia de vida y su relación con Cáritas. Sin prisa, pero sin pausa, nos vamos sumergiendo en una encantadora narración. Y es que, a pesar de su historia marcada por criarse en un barrio difícil y poco prometedor, Pedro se mueve en su relato con total comodidad.

Como hijo de legionario, sus primeros años los pasó en Melilla, pero a los 6 años, por problemas familiares, se mudó a Madrid para vivir con sus abuelos. En la capital, por diferentes situaciones, conoció la droga y la delincuencia, transformándose en algo tan cotidiano para él, que llegó a ser condenado a varios años en prisión. Tras incidentes con otro reo en la cárcel de Estremera en Madrid, lo trasladaron al Centro Penitenciario de Topas, en Salamanca. En este mismo lugar conoció a Cáritas, siendo parte del módulo de salud mental.

Desde allí, un tanto escéptico al principio, fue participando en talleres hasta que salió de prisión e ingresó en el centro de acogida para personas sin hogar de Cáritas. «Era muy desconfiado, no creía que me fueran a ayudar. Me costaba abrirme, ya que era muy impulsivo y eufórico, no tenía habilidades sociales. Me fui educando en muchos aspectos», relata con seguridad.

Tras salir de prisión, no sólo ha participado en el centro Ranquines por su diagnóstico psicológico, sino que también ingresó al centro de drogodependencia, por sus adicciones. «Hasta que vine a Cáritas y conocí los programas, era un inconsciente con una venda en los ojos. En Ranquines me ayudaron a ver cosas que no sabía que existían, como ponerle nombre a mis emociones, trabajar habilidades sociales y el trabajo cognitivo. En el centro de drogodependencia empecé a darme cuenta que la vida es algo más que las drogas», expresa con claridad.

Para Pedro, el apoyo de Cáritas lo ha cambiado en muchos aspectos, especialmente en la forma de ver la vida. Se siente contento y muy agradecido de la ayuda que ha recibido en estos años, y nos recuerda la importancia del apoyo y el amor en todo proceso. «He podido salir adelante con el cariño y las lecciones de vida que me han dado».

De aprendiz a maestro

Hoy, en Pedro se ve con mucha ilusión. Busca vivir en un piso, teniendo sus cosas y haciendo una vida normal. Al mismo tiempo, quiere desarrollar su vena artística publicando poemas. Pero al expresar su deseo de ayudar, es cuando su cara se ilumina. Busca seguir preparándose para dar charlas en institutos, visibilizando su historia y concientizando a los más jóvenes. «Cuando veo a chavales en la calle metidos en la droga, se me remueve algo dentro. Quiero ayudarles, pero debo estar bien yo para ayudar a otros”.

Durante nuestra conversación, Pedro se ve decidido. A pesar que reconoce sin vergüenza que ha recaído un par de veces en sus adicciones, también aclara que es justamente eso lo que le ha dado más fuerza. “He tenido recaídas por verme con trabajo y dinero, pero gracias a la ayuda que he tenido, me he levantado. Ahora lo que quiero es prepararme con profesionales para poder estar donde tengo que estar. Me gustaría que mi experiencia ayude a otros a dar el paso; entender que el querer es poder y que lo vas a conseguir», finaliza convencido.

Su historia es un testimonio de resiliencia, pero también una llamada a mirar con más humanidad a quienes transitan por caminos difíciles. Porque detrás de cada persona, hay una historia que merece ser escuchada y acompañada.

Rafaella Zuleta, voluntaria de Cáritas Salamanca

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