Nuestra Cáritas está compuesta por personas que tienen una historia de vida que contar; hilos que conectan experiencias de participantes, trabajadores/as y voluntarios/as que hablan de sueños y anhelos, en su búsqueda de un crecimiento personal y una sociedad más justa y solidaria. Historias como la de Rosa.
Llegamos a las oficinas de Cáritas Salamanca en la C/ Monroy para conocer a nuestra última entrevistada del año. Rosa Rodríguez, trabajadora social del Área de acogida y animación comunitaria de la Institución, que nos recibe puntual y con gran cordialidad. Nos presenta a todo el equipo que trabaja en la planta baja, y nos cuenta las labores que realizan. Desde el primer momento nos damos cuenta que esta entrevista no la tendrá a ella como foco central, sino que el protagonista será el trabajo colaborativo del que es parte.
En julio de 1989, tras terminar su carrera universitaria y por una invitación fortuita de unas amigas, Rosa llegó a su primera reunión de Cáritas. Sin saber mucho qué hacía ahí, de inmediato hubo algo que la motivó a permanecer. Comenzó como voluntaria, siendo parte de un grupo de jóvenes que buscaba trabajar en los territorios, desarrollando proyectos creados en base a las reflexiones y análisis de cada zona.
A pesar de que su primer encuentro fue espontáneo, la llegada de Rosa a Cáritas no fue mera casualidad. A lo largo de su vida, desde muy pequeña participó en diversos voluntariados que le permitieron ir desarrollando una vocación de servicio. Durante su niñez, migró a la ciudad desde su pueblo natal y estudió en un internado de monjas, donde participó activamente como catequista. Luego, en su época universitaria, acompañó y ayudó a niños de un colegio de acogida. Y es que, tal como lo cuenta ella, sus acciones siempre se movieron con el fin de contribuir a la sociedad. “Tengo la sensación de que me gustaba ayudar a la gente; es algo que te nace hacerlo. Me apuntaba a todo. Estaba en el colegio y si tenía que echar una mano a una compañera, no tenía problema”, nos cuenta confesando que nunca había pensado en la raíz de este deseo de ayudar.
Rosa describe sus comienzos en la Institución como momentos de transformación con una mirada centrada en lo social. “Me encontré con un equipo de personas que trabajaba codo a codo, por y con las personas necesitadas. Era un momento clave de transformación en el que se intentaba dejar una Cáritas de carácter más asistencial, para pasar a una Cáritas más transformadora, que pone a la persona en el centro. Una Cáritas más de escucha, más de atención al desarrollo integral de la persona; y ahí se empiezan a diseñar una serie de proyectos, que yo creo son la base de lo que tenemos ahora”, nos cuenta orgullosa.
Al encontrarnos con Rosa, nos encontramos con una persona humilde, que nunca habla en singular. Al contrario, permanentemente destaca el trabajo en equipo y la calidad humana que compone la organización, y es justamente eso, lo que más aprecia de su paso por esta institución. “Lo que más valoro de Cáritas es el equipo humano, porque desde el principio hemos tenido apoyo y trabajamos unos con otros. Para mí el equipo es fundamental. Estas situaciones te interpelan y cambian la vida sin querer. Empiezas a valorar lo que realmente es importante para vivir, ves la vida de otra manera”, relata segura.
Escuchar a Rosa es navegar por las distintas fases de la diocesana, porque ella misma es Cáritas. Entre los múltiples proyectos en los que ha trabajado, destaca la importancia del análisis de la realidad que se realiza a diario, la búsqueda de cubrir las necesidades básicas de las personas, además de sensibilizar y fortalecer la inclusión. Destaca también la importancia de los grupos parroquiales, donde los mismos vecinos generan instancias de participación en el barrio. Es justamente en la Parroquia de San Isidro, donde está centrado hoy su trabajo: “En el área de animación comunitaria, la acción directa la desarrollamos en territorio, donde están las personas que necesitan ayuda. Buscamos que sean protagonistas de las acciones que se realizan en sus barrios”.
A lo largo de estos casi 37 años, Cáritas no sólo ha sido su trabajo; ha sido su hogar. Su familia conoce a sus compañeras y, sin querer, su corazón se ha dividido entre estos dos proyectos. “Cáritas es mi vida y está impregnada en mi vida familiar. Me ha marcado. Creo que he tenido mucha suerte, porque ya tenía la vocación de lo social, así que haber podido trabajar aunando la vocación y la profesión. Creo que es una suerte tremenda, desarrollar tu vocación trabajando… eso no tiene precio”, expresa con una mirada de felicidad.
Hoy, casi terminando su recorrido por Cáritas, Rosa se ve tranquila, dejando desafíos importantes para quienes la releven: “El reto de futuro de Cáritas es no perder la escucha y el trabajo personalizado. En una época de tantos avances, es muy importante mantener el escuchar y atender, haciendo protagonista a la persona”, sentencia con claridad.
Rafaella Zuleta, voluntaria de Cáritas Salamanca.


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