Nuestra Cáritas está compuesta por personas que tienen una historia de vida que contar. Hilos que conectan experiencias de participantes, trabajadores y voluntarios, que hablan de sueños y anhelos, en su búsqueda de un crecimiento personal y una sociedad más justa y solidaria. Historias como la de Lourdes Pinto.
En Memorias de vida, buscamos sin descanso aquellas historias que hacen de Cáritas un espacio de cariño, apoyo y contención. En esa búsqueda, nos encontramos con Lourdes, una de las trabajadoras más veteranas de Cáritas Salamanca, que nos abre su despacho para conocer su experiencia como cofundadora y enfermera del Centro de Día, tratamiento y prevención de Drogodependencias, situado en la C/ San Claudio, 16.
Es un espacio amplio, pero sencillo. De inmediato nos llaman la atención unos coloridos dibujos que le han regalado los niños y niñas que son parte de las familias de personas con algún tipo de drogodependencia. Y es que no es azaroso que esas ilustraciones decoren este espacio; Lourdes es una mujer amable y acogedora, preocupada de cada detalle. Y aquí todos son recibidos, todos son escuchados y todos son acompañados. Esta característica la podemos reconocer en su relato, lleno de emoción por los lazos que ha creado, las personas que ha conocido y los momentos que ha vivido.
Hace más de 36 años, Lourdes comenzó su viaje en Cáritas Salamanca. En los 80’ se unió a la organización como voluntaria, complementando su trabajo como enfermera en la sanidad pública. En aquella época, España se encontraba en un momento difícil, debido a un aumento en la cifra de adictos a la heroína, por lo que el trabajo en barrios marginados se volvíó más necesario que nunca.
Tras algunos años, le plantearon la posibilidad de trabajar en la creación de un programa de atención especial a las toxicomanías, donde personas con drogodependencia pudieran recibir apoyo. “Me interesaba, me lo pensé y me decidí a dejar la sanidad pública y empezar este proyecto. Sí que era un desafío, porque fue empezar con un equipo muy joven, pero muy ilusionado de poder servir de ayuda; muy preocupados por la situación que vivíamos. Fue tiempo de mucho trabajo, mucha formación y mucho impacto, sobre todo por tratar con gente angustiada y sus familias, que vivían un verdadero infierno”, relata con emoción al recordar sus primeros años laborales, donde existía mucha necesidad y pocos recursos.
Los lazos humanos como eje central
Para Lourdes, los aprendizajes en este viaje son muchísimos, ya que este espacio ha crecido con ella y está profundamente vinculado con su vida personal. Destaca principalmente a sus compañeros y la importancia de la contención en momentos difíciles, como la muerte de personas que luchan con alguna adicción o enfermedad. “Es inevitable sentirse responsable. Por eso es muy importante la red social humana, para apoyarse. Para mí, es un privilegio desarrollarme como profesional y persona en equipos con compañeros increíbles, de talla humana admirable”, señala emocionada.
En este centro los desafíos se viven a diario. Uno de los aprendizajes que destaca la enfermera es el de no juzgar. “Aquí conoces historias de vida muy complicadas; me he encontrado con lo mejor y peor del ser humano, en el sentido de que son historias de vida que han llegado por caminos muy torcidos y su tabla de salvación ha sido la violencia, el odio. Pero trabajar aquí me ha enseñado que estamos para ayudar, no para juzgar. Que debo revisar cada día mis posibles prejuicios, porque yo también puedo resbalar”, afirma con humildad.
Aunque reconoce que estamos en un contexto político-social mundial complicado y que el apoyo a las organizaciones del tercer sector ha disminuido, Lourdes no pierde la ilusión: “He aprendido a dejarme sorprender, y creer que los cambios son posibles y las oportunidades necesarias. Nos pone en clave de esperanza, y que nuestro objetivos sean dar posibilidades, dar oportunidades. El reto es poner lo mejor de cada uno, unidos a los demás, desde los diferentes equipos y organizaciones”, expresa reafirmando la importancia de los lazos humanos y su poder transformador.
Hoy, tras 36 años construyendo este espacio, Lourdes sólo tiene palabras de agradecimiento por el cariño recibido. Y es que por momentos pareciera olvidar todo el amor que ella ha entregado a este centro, y le cuesta reconocer la huella que ha dejado. “Quiero seguir tratando de dar lo mejor de mí junto a mis compañeros los años que me quedan. También tengo que saber no estar y dejar a otros; y que cuando ya no esté, continúe muy bien este espacio”, concluye con la mirada puesta en la confianza.
Rafaella Zuleta, voluntaria de Cáritas Salamanca